El Perú en su hora más crítica

El Perú en su hora más crítica

Lo lideran sectores de izquierda radical -en algunos casos inconexos pero de base común.

Por: Miguel Pérez Arroyo//Director General del INPECCP

El último 4 de enero se reiniciaron las protestas en el país. Lo lideran sectores de izquierda radical -en algunos casos inconexos pero de base común-, y; por qué no decirlo, en gran medida de exigencias irracionales. Solicitan el cierre del congreso, la convocatoria a un proceso eleccionario general de inmediato, la renuncia de la presidenta Dina Boluarte y la conformación de un pleno constituyente para dar una nueva Constitución al país. Pedidos algunos entendibles, pero en conjunto irracionales y con base fáctica falsa o, por decir lo menos, inexacta; ejemplo: “Pedro Castillo fue separado del poder por un golpe de Estado o que debe volver a ser presidente del Perú porque fue depuesto de modo ilegal   -por un golpe de Estado-” (sic).

A día de hoy, 19 de enero, 15 días después de dicho reinicio de las manifestaciones sociales, las revueltas se han radicalizado. Han muerto hasta la fecha 49 compatriotas; 17 de ellos en un solo día, en Puno, y un hermano policía muerto de modo salvaje, quemado y previamente apedreado, golpeado e inhumanamente tratado. Huelgan explicaciones formalistas en torno a la autopuesta en peligro y la imputación objetiva de las víctimas pues se sabe que muchos de ellos no eran ni tan siquiera manifestantes. Los niños no lo eran. El médico no lo era. Inocentes han muerto, hermanos peruanos han muerto. Unos manipulados por sinvergüenzas políticos de turno. Otros pretendiendo ayudar a los caídos, otros tantos sin siquiera saber por qué murieron y los hay también en el ejercicio de su función y sus deberes.

Hoy 19 de enero, Lima está cercada por el Perú periférico. En una fecha simbólica que importa un aniversario más, ayer, de su fundación española. Y hoy, Lima amaneció más provinciana que nunca. Con las wiphalas flameando, confundida con las banderas peruanas y con los rostros de sed y hambre de justicia que todos ahora piden y claman para los suyos ¿Es el cerco de Lima del campo a la ciudad? ¿Es la tempestad de los andes que se asoma en el desierto de Lima? Son nuestros hermanos que han venido a Lima a recordarnos que Lima no es el Perú y que hoy, más que nunca, el Perú entero está en Lima.

El estado formal lucha entre lo irracional y lo posible. Son irracionales todas o casi todas las exigencias de las revueltas sociales se sabe ya, que manipuladas. Pero son entendibles los motivos por los que aquellos se vuelven agentes eficientes de quienes los manipulan. Han sido y son los olvidados del Estado formal. Los hermanos ausentes en la mesa frugal del progreso y la estabilidad económica. Los pobladores que apenas conocen del agua, el desagüe, la luz eléctrica y los servicios básicos. Ni qué decir de las vías de acceso, de las facilidades que cualquier ciudadano del mundo -incluso del tercer mundo-, pueden y deben tener para llamarse como tales; ciudadanos. La negación permanente de quienes compartimos la suerte -no sin esfuerzo-, de vivir en una urbe, de tener un trabajo, de contar con un salario y los servicios mínimos e indispensables. Se marca, como se ha dicho muchas veces, dos repúblicas, dos mundos o incluso tres; de un Perú formal, conectado con la civilización occidental. De un Perú oculto, que vive en la ignominia, del que se avergüenzan los del primer nivel del Perú y que son ninguneados por doquier. Todo el tiempo. De muchas formas. Y tercer nivel, que vive a caballo entre los dos primeros. Informal, pudiente pero marginado. Perseguido por las mimbrecillas exclusivas del desarrollo. Uno que ahora, quizás se ha unido con los peruanos del segundo nivel y, entre ambos, le exigen a los del primero a renunciar de sus privilegios y expandir las bases de sus beneficios. Ambos, en alianza, exigen sentarse a la mesa y dejar de ser ese hermano ausente, excluido, en la frugalidad del desarrollo y la estabilidad económica.

El entrampamiento es obvio. Tanto que ya han muerto casi medio ciento de hermanos peruanos. Ambos bandos le exigen al otro deponer su actitud. De un lado, dejar la violencia. Del otro renunciar al poder y dejar en libertad al expresidente Castillo. Se exige desenredar el ovillo y dejar que el pabilo comience a desenvolverse. Ello no será posible, primero si se siguen contando con los mismos actores. El ejecutivo debe comenzar a pensar seriamente en renunciar al poder como también el propio Congreso de la República. Se entiende racionalmente que unas elecciones inmediatas dejaran a los mercaderes de la política hacer lo mismo de siempre, vender sus números preferentes a quien abone una cantidad mayor en donativos para su empresa política y elegir entre sus candidatos a muchos que en esencia solo buscan el poder por el poder y el poder por el negocio que representan. Pero ¿será mejor evitar esto con una reforma política que nos lleve a 19 meses de gobierno de transición? O ¿será mejor que dejen de morir hermanos y vayamos a unas elecciones inmediatas con la esperanza que los mercaderes de la política sean cada vez menos psicópatas, menos mezquinos y más responsables con la política, esa que dicen defender?

Creemos que lo segundo es, en razón de lo necesario para pacificar el país, lo urgente y exigible. No pueden seguir muriendo peruanos. No pueden seguir paralizando la economía nacional y condenando a la pobreza a más peruanos. Se debe crear riqueza no repartir pobreza.

Lo que se debe entender, por ambos lados, es que no es negociable la libertad, vía la acción política y violenta, de Pedro Castillo. Su libertad solo debe ser producto de la lucha jurídica que su defensa debe enfrentar y, si acaso, ganar. Una defensa jurídica que da la impresión que Castillo recusa y se niega a aceptar. Su libertad por tanto no puede pasar por el enfrentamiento político. Quienes le siguen, quienes le defienden, no pueden ni deben sacrificar el derecho de todos y la igualdad como base fundamental de una sociedad democrática tan solo por verlo en libertad. Nadie es diferente a nadie, en lo que a derechos y obligaciones se refiere, y a él, quien asumió la presidencia de la República, le toca ahora defender, aun a su propio costo y su propia libertad. Es lo que como político debe entender y a su gente, a su entorno, a sus defensores, privilegiar.

El Congreso de la República debe aprobar cuanto antes las reformas urgentes en cuanto a la convocatoria a unas elecciones generales este mismo año. No esperar al año 2024. El Perú no lo va a soportar. No podemos exigirle que se autodisuelva -manteniéndose la comisión permanente-, no tiene amparo legal. Pero sería un gesto político de suma utilidad que sus miembros entiendan la necesidad de hacerlo, como gesto político.

Y como todos sabemos, en la vida política, los gestos son los que importan. Son lo que más importa. Lejos de las formas, de las normas y el positivismo que para la política son solo escollos para las soluciones que urgen.

El Perú lo necesita.

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